Mi Manué

A mi Manué Hay veces que, a las cosas que me acompañan, me gusta escribirles algo y dejarles un pequeño recordatorio. Humanicé a mi antiguo coche, a mi antigua casa, a mi planta de hormigón… Y hoy quiero hacerle un homenaje y dedicarle un recuerdo a quien me ha acompañado casi todos los días durante estos últimos tres años: a mi querido Manué. Él llegó a casa como un regalo de una familia que lo había querido muchísimo, pero que comprendió que conmigo también estaría bien. Pensaron que podría ofrecerme un poco de compañía y, al mismo tiempo, darme un motivo para cuidar, para tener un compromiso cariñoso al que entregar mi simpatía. Fue un regalo bonito, hecho con afecto, con el cariño de quienes me aprecian… y también con el cariño hacia quien me quería mucho. Cuando llegó, no era muy alegre; al verme, abría las alas en actitud defensiva. Pero con el tiempo se acostumbró a mí, y poco a poco se fue haciendo parte de mi rutina, de mi casa, de mi vida. Pocos canarios he visto cantar tanto y tan bien como él. Era precioso: un canario blanco, blanco, casi albino, grandote, fuerte y alegre, siempre saltando de palito en palito. Esta mañana me ha dejado. No sé qué pudo pasar, porque ayer estaba perfecto, incluso se dio unos baños espectaculares en su bañerita, como tanto le gustaba. Nunca le faltó lo mejor: sus barritas de miel, el alpiste especial, su jaulita limpia, siempre protegida del sol y de las corrientes. Hice todo lo que pude, y siempre con cariño. Soy muy crítico con las personas que humanizan a los animales, porque creo que son una compañía maravillosa, sí, pero siguen siendo animales. Aun así, no puedo negar que hoy, y durante muchos días, notaré su ausencia. Porque cuando la vida te hace convivir contigo mismo, en silencio, en tu propia casa, un simple pájaro se convierte en algo más: en compañía, en alegría, en entretenimiento… incluso, a veces, en confidente. Vuela alto, amigo blanco, que en mi corazón tendrás siempre tu rama. Gracias por todo, Manué.